Al igual que Dorian Gray en su día vendió su alma al diablo a cambio de la eterna juventud, él había vendido la suya por la felicidad, sin siquiera saberlo. Lo más curioso del Gray moderno, es que no buscaba su propia felicidad, sino la de otra persona, y fue capaz de perder la suya propia por conseguirlo, como aquel que pacta con el diablo, él pactó con la vida.
Sin embargo, olvidó que al tiempo de salir esas palabras de sus labios, quien las escuchó, la misma persona por la que hacía todo esto, pensaba muy diferente. Él se creía miserable, egoísta, sin valor alguno, pero ella sabía que no era así, porque si fue capaz de decir aquello que dijo, demostró valer más que nadie, anteponiendo la felicidad de otra persona a la suya propia. Mientras él pactaba con la vida, ella cavilaba, y se daba cuenta de que nadie merecía más ser feliz que aquel abatido Dorian Gray de mirada triste, se sentía tan responsable de su situación que la creía imperdonable. Así que se dedicaba a pactar por él, para que las cosas fueran más fáciles en su vida, y siguiera el camino que merecía, y no el que creía merecer.
Lo que ambos ignoraban, era la clave de la felicidad, ya que quizás, ni siquiera era necesario que el uno diera su felicidad por el otro. Quizás había otra manera, la posibilidad de que uno dejara su felicidad en manos del otro, la remota posibilidad de que sus caminos fueran paralelos. Aunque en fin, ambos habían pactado, y su destino finalmente había quedado en manos de la vida, así que, mientras tanto, solo les quedaba seguir mirando el cuadro.