miércoles, 22 de febrero de 2012

Síndrome de Peter Pan

La vida pasa en un ir y venir de días y apenas reparamos en que los minutos se nos van, quedan atrás, casi tan rápido como las meriendas después de clase, el pilla-pilla o el 'dame la mano que vamos a cruzar'. Poco a poco, el niño que fuimos se va escondiendo en algún rincón de nosotros mismos y no se deja ver.


A veces nos paramos a pensarlo y nos preguntamos qué habrá sido de él. Lo que solemos ignorar es que siempre está ahí, que no se va, es sólo que olvidamos que aún nos acompaña allá donde vamos. La cuestión es recordarlo, y saber que se esconde tras cada paso que damos, pues el comienzo del camino es siempre la infancia, y es por tanto, la que nos ha hecho, en parte, quienes somos. 

Al fin y al cabo, todos hemos sido niños, y todos tenemos ese lado infantil escondido en nuestro interior. Será que en el fondo, seguimos siéndolo, y por eso, todos tenemos el síndrome de Peter Pan oculto en algún rincón, anhelando un fugaz instante en el que sea libre para dejarse ver.

martes, 21 de febrero de 2012

Life

Le costaba alzar la vista, como si llevara la carga de la desgracia sobre los párpados. La vida en las calles parecía haberle curtido el rostro, pero lo que realmente había envejecido su piel reseca fueron los años de soledad y desamparo. Sus únicos compañeros, un perro,  y una triste botella de vino de vez en cuando. Los transeúntes pasaban a su lado, a veces ignorando lo que no es agradable ver, otras veces lanzando fugaces miradas de compasión.

Yo pasaba por allí, y estoy segura de que también apareció un atisbo  de compasión en mis ojos, cuando se cruzaron con los suyos, porque de repente el hombre reunió fuerzas para alzar la vista, y vi en ella el reflejo de una vida. Eran unos ojos negros, oscuros y profundos, como dos pozos cuyo fondo jamás encontraríamos por mucho que nos sumergiéramos. Acompañándolos, apareció una media sonrisa en sus labios, remarcando sus arrugas, de esas sonrisas que parecen más bien cicatrices; una sonrisa rota, quizás a causa de tantos sueños que también fueron resquebrajándose a lo largo de su vida. Era como una gran cicatriz que no todo el mundo es capaz de ver, ya que era la estela de esas heridas que causan un dolor que muy poca gente conoce.

Seguramente ese hombre de mirada profunda y cicatrices ocultas, nunca sabrá lo que vi en sus ojos, ni lo que me transmitió su media sonrisa, pero yo nunca olvidaré lo que sin él querer enseñarme nada, aprendí de él. Fue como si con un simple gesto, me enseñara todo aquello que necesitaba para ser feliz, valorar mi vida.



Sus ojos reflejaban la carga de lo vivido...


¿Sabes qué es triste? 
Es triste despertarte una mañana en la cama, y no tener a quién abrazar. Es triste levantarse, recorrer la casa y no oler el aroma del café recién hecho, sentirte solo en una casa vacía. Es triste no poder saltar, correr o jugar como hacías antaño. Es triste tener una vida que contar, y nadie que quiera escuchar.
Pero, ¿sabes qué es aún más triste?
Es aún más triste despertarte en la cama e ignorar a quien te abraza. Levantarte y tomar tu café, como cada mañana, sin darte cuenta de que hay alguien que se ha preocupado en hacerlo para ti. Es aún más triste poder saltar, correr y jugar, pero no tener ganas de hacerlo. Es triste tener una vida que escuchar, y no querer hacerlo.