martes, 16 de octubre de 2012

¿cuál es tu legado?

El ser humano. Incluso el nombre que nos damos suena como una cruel ironía. 
Si bien es esa humanidad lo que define y caracteriza al ser humano, a menudo me pregunto dónde se esconde, si alguna vez existió. Hoy en día, vivimos en un entorno en el que lo material le ha robado el protagonismo a todo lo demás, que gira en torno al dinero, los bienes. El ser humano ha evolucionado hasta convertirse en un ser egoísta, corroído por la ambición y el afán de poder. Crisis económicas, guerras religiosas, corrupción y violencia son los protagonistas de todas las portadas.
Mientras tanto, el conformismo y la resignación se extienden, poco a poco invadiendo los pocos corazones en los que latía una preocupación hacia la triste situación que nos rodea.
Dime ahora dónde quedaron la solidaridad, la empatía, y esa humanidad que se supone que nos define. Dime si alguna vez hemos conocido la justicia, esa de la que tanto hablamos. Dime si es posible dejar de lado esa indiferencia que nos hace quedar impasibles ante las mayores desgracias de la historia. Dime si es posible cambiar la actitud del ser humano y con ello el rumbo que le hemos dado al mundo.
Hoy puedo decir que me siento afortunada por lo que tengo. En mi casa, no falta comida en la mesa, no falta agua si tengo sed. Puedo salir a la calle sin ver civiles y militares armados, y sabiendo que no matarán a mis familiares y amigos por sus creencias. Me alegra saber que mi madre no llorará porque corrí por un campo de minas, ni sufrirá porque mi hermano sostiene un arma a sus catorce. Sé que puedo dejar que mi padre se marche temprano con la certeza de que después volverá para preguntarme qué tal el día, sin llevar conmigo la carga de no saber si volverá.
No pienso en lo que tuve o tendré, lo que hubo se fue, y lo que habrá, llegará. Aun así, procuro cuidar aquello que valoro, aquello que me hace feliz, y aquello que hará feliz a los que me siguen. A veces, aún creo que queda esperanza, siempre que sepamos ver un poco más allá de nuestra historia.

martes, 2 de octubre de 2012

Un reino de hielo


   Las calles frías, vacías e inhóspitas parecían susurrar cuando el viento las acariciaba y los edificios se alzaban, imponentes, como si anhelaran respirar sobre aquel espeso cielo. A ambos lados de la calle, dos hileras de árboles, desnudos, raquíticos, acudían al auxilio de los edificios, como intentando rasgar el cielo para dejar que la primavera se asomara, al fin.
   Yo paseaba envuelta en mi bufanda, con la vista perdida en el final de la calle, mientras el aire se filtraba en mis pulmones y enfriaba mi nariz, que si en casa estaba roja, entonces cualquiera podría haberme encontrado gracias a ella, o incluso confundirme con aquel reno de Papa Noel, el de la nariz roja, Rudolf. A veces sonreía, le sonreía al invierno, sin saber muy bien por qué. Hacía tiempo que me gustaba más el frío que el calor, el invierno que el verano, la nieve que el sol. Quizás porque me había dedicado a construir un imperio de hielo en mi interior con firmes glaciares que impedían la entrada, y sentimientos cubiertos de escarcha. Reinando, en un reluciente trono de hielo, se hallaba ahora un corazón, desprendiendo un aliento tan gélido que impedía que nada se derritiera. Y claro, el calor no era bueno en aquel eterno invierno, no podía permitir que el manto de escarcha se derritiera, pues todo lo que escondía debajo, quedaría al descubierto.