lunes, 30 de diciembre de 2013

Una gota de lluvia


Finales de diciembre, cielo gris encapotado y ese frío húmedo tan característico del Norte. Empieza a llover, y de repente, sientes como una gota de lluvia se estrella contra tu frente, como riéndose de ti por haber olvidado, una vez más, el paraguas en casa.

Inconscientemente, te llevas la mano a la frente para secarte, mientras esperas que nadie de alrededor se haya percatado de la mezcla de sorpresa e ingenuidad que ha aparecido en tu rostro.

Esa insignificante gota de lluvia, que podía haberse ido a estrellar contra las escasas hojas verdes que le plantan cara al invierno o contra alguna de las baldosas que revisten los suelos de Bilbao, o cualquier otra ciudad, casualmente, ha ido a toparse con tu frente, y ha hecho que hagas un alto en el camino para maldecir tu mala memoria por haber olvidado el paraguas y reírte un poco de ti misma. Además, aunque esperas que no, seguro que algún otro transeúnte ha sido testigo de la escena, y ha tenido que contener una sonrisa mientras abre el paraguas que, afortunadamente, no ha olvidado.

En definitiva, esa insignificante gota, que si hubiera caído en cualquier otro lugar carecería de importancia alguna, ha tenido un mínimo de repercusión en tu vida.

A veces, nos sentimos pequeños e insignificantes, como diminutas gotas de agua que casualmente, han caído en la inmensidad de un mar. Sin embargo, no hemos de olvidar que si en nuestra caída, encontramos el lugar y momento adecuados, podemos tener repercusión en la trayectoria de otras gotas, o estrellarnos contra la frente de alguno, para recordarle que no siempre hay que llevarla tan alta, o contra el cogote de algún otro, para ver si la levanta un poco más a menudo. Quizás este último había olvidado lo importante que puede llegar a ser una simple gota, como él. 

Tan sólo es preciso encontrar el momento, lugar, y quizás, persona, adecuados.