martes, 2 de octubre de 2012

Un reino de hielo


   Las calles frías, vacías e inhóspitas parecían susurrar cuando el viento las acariciaba y los edificios se alzaban, imponentes, como si anhelaran respirar sobre aquel espeso cielo. A ambos lados de la calle, dos hileras de árboles, desnudos, raquíticos, acudían al auxilio de los edificios, como intentando rasgar el cielo para dejar que la primavera se asomara, al fin.
   Yo paseaba envuelta en mi bufanda, con la vista perdida en el final de la calle, mientras el aire se filtraba en mis pulmones y enfriaba mi nariz, que si en casa estaba roja, entonces cualquiera podría haberme encontrado gracias a ella, o incluso confundirme con aquel reno de Papa Noel, el de la nariz roja, Rudolf. A veces sonreía, le sonreía al invierno, sin saber muy bien por qué. Hacía tiempo que me gustaba más el frío que el calor, el invierno que el verano, la nieve que el sol. Quizás porque me había dedicado a construir un imperio de hielo en mi interior con firmes glaciares que impedían la entrada, y sentimientos cubiertos de escarcha. Reinando, en un reluciente trono de hielo, se hallaba ahora un corazón, desprendiendo un aliento tan gélido que impedía que nada se derritiera. Y claro, el calor no era bueno en aquel eterno invierno, no podía permitir que el manto de escarcha se derritiera, pues todo lo que escondía debajo, quedaría al descubierto.

1 comentario:

  1. Genial, absolutamente genial.

    ¿Por qué será que todos tus textos me hacen pensar y sentir coas que luego no puedo plasmar por escrito?

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