domingo, 11 de marzo de 2012

Espejos, realidades.


Después de disfrutar del café, me deslicé por el pasillo, mientras paso a paso sentía la madera crujir bajo mis pies. La puerta de mi habitación estaba entreabierta, así que la empujé un poco, lo justo para poder entrar.
La luz se filtraba entre las cortinas, justo en frente, bañando la estancia discretamente, como si no se atreviera a entrar aún, mostrando su timidez. Un poco más a la derecha, descansaba mi escritorio repleto de páginas desnudas, vestidas, y a medio vestir, cuyos responsables eran un par de lápices, una goma y una pluma. La cama estaba desecha, y había prendas desperdigadas por el suelo, pero no importaba, nadie iba a molestarse por ello. A mi izquierda, se alzaba imponente el espejo que tanto adoraba, con sus detalles de madera en la parte superior, firme pero delicado. Nunca podía evitar mirarme, así que una vez más me acerqué y en pie, observé el reflejo. Porque es curioso lo de los espejos, siempre devuelven aquello que ven, con tal sinceridad y precisión, que a veces incluso nos cuesta reconocernos. Por mucho que a veces ansiemos que nos devuelvan mentiras piadosas, ellos se ocupan de entregarnos siempre aquello que les ofrecemos.

2 comentarios:

  1. "Porque es curioso lo de los espejos, siempre devuelven aquello que ven, con tal sinceridad y precisión, que a veces incluso nos cuesta reconocernos"
    Una verdad que muchas veces nos cuesta asumir y muchas mañanas no queremos aceptar.

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  2. qué gran verdad y qué bien escrito. precioso, el relato.

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